Las pasiones, como
los deseos, forman parte de ese universo único que nos hace humanos. La
proyección de los mismos puede llegar a
modificar el curso de la historia y de las vidas, las propias y las ajenas. A
través del amor y del odio, del anhelo por conseguir, somos capaces de las
mejores obras pero también de la mayor de las destrucciones.
Terminada la
lectura de ¿Sueñan los androides con
ovejas eléctricas? tengo emociones encontradas, como las que estos días me
acechan sin querer. Philip K. Dick logra despertar mi imaginación y me hace
visualizar más allá. Permite que vea ese futuro en el que la humanidad ha
conseguido llegar a construir androides, esos seres tan parecidos a los humanos
que son difíciles de distinguir de estos. Las manos que los hicieron, sin
embargo, quieren ahora aniquilarlos. Se recurre así al clásico tema del horror
del hombre ante su propia creación, aunque en este caso el “monstruo” no es el
androide, o no solo. El nuevo ser no es el clásico espanto devuelto a la vida o
creado a partir de trozos de cuerpos humanos. El androide de la novela de K.
Dick es hermoso. El peligro reside en la apariencia verdadera y atractiva y en
la imitación de la inteligencia humana. Son seres que se mueven con agilidad,
sin la torpeza y la terquedad de un no
vivo.
El protagonista de
la novela, un caza-recompensas que cobra por cada androide capturado, empieza a
tener dilemas morales con los seres artificiales. Ni siquiera el test ideado
para distinguirlos le convence al cien por cien, y ya no es suficiente con poseer
animales eléctricos, necesita introducir en su vida a uno de verdad. Así, la
oveja eléctrica que el protagonista posee como mascota empieza a parecerle vacía, necesita sentir la
vida en otro ser que pueda sorprenderlo con una acción inesperada, que sea
débil y vulnerable como él mismo.
Con el dinero
recibido por eliminar a tres androides decide comprar una cabra de verdad, pero
el animal es, poco tiempo después, arrojado desde la azotea por un androide vengativo
con el que el protagonista ha tenido relaciones sexuales a pesar de estar
totalmente prohibido.
La novela termina
con la deshumanización del humano y la humanización de la imitación, de la
máquina, el androide desesperado capaz de vengarse como el humano más cargado
de odio. Heredero de lo bueno también lo es de lo malo de la especie humana que
lo creó. La metáfora de Dick queda clara.
El amor y el odio
son en esta novela una condena, lo que somete a lo que realmente somos. En ello
estriba el éxito y la genialidad de la obra, su atemporalidad aún hoy y a pesar
de Blade Runner, un film acertado
pero no mejor que el texto, en la línea de ese Fahrenheit 451 en el que también un destructor de la inteligencia,
el bombero quema-libros, es el protagonista cargado de dudas existenciales que
acaba rebelándose contra el sistema.
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