jueves, 8 de noviembre de 2012

El boom, la literatura, la vida

A principios de los setenta se fundó el llamado boom de la literatura latinoamericana (yo prefiero llamarla hispanoamericana) que a mí me pilló recién nacida. Fue muchos años después, atraída por los títulos que veía en casa, que me atreví a probar suerte con García Márquez. La hojarasca o Crónica de una muerte anunciada fueron las primeras novelas del boom que leí. Llegarían después muchas otras, los cuentos de amor, locura y muerte de Quiroga y, por supuesto, los de Cortázar, que me volvían loca y llenaban las estanterías de la habitación que compartía con mi hermana mayor. Recuerdo cuando el escritor murió cómo lo lloró ella. Yo todavía no entendía el dolor de la muerte de un escritor admirado, aunque siempre imaginé con nostalgia la vida de Galdós, al que me parecía ver a veces como un fantasma atravesando las calles aledañas a la Plaza Mayor de Madrid, como si acabara de visitar a Fortunata o a la de Bringas, en aquella época en la que soñaba con sus novelas y sus personajes.

Una vez comencé a estudiar en la universidad, empezaron a revelárseme los secretos de las lecturas, de los autores. Pensamos que no es necesario que nos cuenten nada sobre los escritores que queremos y de los que disfrutamos, que basta con leer su obra. ¿Pero... y cuando lo hacen, cuando alguien se ha tomado la molestia de leer, profundizar y compartir lo descubierto o meditado?

En cuarto de carrera tuve al maestro de los maestros, el que me uniría ya para siempre a la literatura hispanoamericana y con el que llegué a plantearme escribir una tesis sobre Onetti, el autor complejo y maldito, el misógino que leía novelas del oeste sin levantarse de la cama. Quizá por todo ello me atrajo. Acostumbrada a la aparentemente sencilla prosa de García Márquez al que todos los que escribimos hemos intentado imitar alguna vez sin ser conscientes de ello, Onetti era un reto y costaba, había que hacer esfuerzos en asimilar personajes, escenas, diálogos. Era un autor rebelde y para hombres o especialistas, los menos cercanos a la masa lectora que devoraba las novelas de Vargas Llosa o los poemas de Neruda.

Decidí, así pues, ponerme las cosas un poco difíciles, leérmelo todo, incluidos sus cuentos publicados en un único volumen por Alfaguara. Ha sido de las mejores lecturas de mi vida porque es en el cuento donde Onetti es más Onetti y más vivo está, levantado de la cama, activo e incluso tierno.

Finalmente, la realidad se impuso y la tesis pasó a un segundo plano. Comencé a trabajar, a escribir, a enseñar. Mis alumnos de Español me absorbieron las tardes. Durante las mañanas trabajaba, gracias a una beca concedida por la Universidad Autónoma, en la Biblioteca Nacional, catalogando manuscritos del poeta Jorge Guillén de la mano de su hijo Claudio, que me animó a hacer una tesis sobre su padre y aquella correspondencia apasionante que apenas podía sostener de la emoción entre las manos en la Sala de Raros de la biblioteca en la que me concentraba sobre un pupitre inclinado, con las luces bajas, muy bajas, rodeada de los inmensos techos y de hermosas pinturas, con olor a papel y a pergamino en el ambiente y un intenso silencio.

Del boom a la Generación del 27. Del nuevo mundo al viejo. Tampoco en esta segunda ocasión, sin embargo, me sentí con fuerzas para acometer la tarea de escribir una tesis y pasarme años viviendo por y para  un único autor y una única época. Así pues, el boom estuvo en mi vida desde que empecé a leer, junto con el resto de la literatura. No podría elegir entre unas épocas y otras, entre unos y otros autores, entre prosa y poesía porque cada uno está en el momento que debe estar y cuando lo necesito. Me especialicé en Literatura Española e Hispanoamericana en mis cursos de doctorado -estos sí los hice gustosa- y ocuparon los mejores años de mi vida por muchas razones, no solo literarias.

Miro hacia atrás y veo rostros y letras, novelas, cuentos. Perú, Chile, Bryce, Parra, Argentina, México, Fuentes. De todos me queda un poso a pesar de no haber estado físicamente en ninguno de los países mencionados gracias a haber leído a sus autores. La Plaza Mayor no se entiende sin Galdós, o no del mismo modo. Hispanoamérica sin palabras no es nada.

2 comentarios:

  1. En mis paseos matinales de estos últimos meses por Madrid, cuando todavía no ha amanecido, también siento a Galdós. Incluso los mendigos que a esas horas están delante de las iglesias, son los mendigos de Galdós.

    ANA

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