El domingo asistí a la representación de Doña Perfecta en el Teatro María Guerrero. Es un clásico galdosiano aunque no de mis favoritos. Se trata de una novela menor en muchos sentidos, engolada y algo obvia. Eso sí, trata la intolerancia y el odio de un modo tan perfecto como lo quiere ser su protagonista femenina. No hay duda, después de leer a Galdós, de que las dos Españas se fraguaron mucho antes del estallido de la Guerra Civil Española, de la barbarie de la derecha sobre el legítimo gobierno de la República.
Galdós en esta novela se muestra como era, profundamente anticlerical. El mal que la religión infligió al pueblo español está representado en esta obra por Orbajosa, la provinzucha intolerante de mente estrecha, cotilla, despótica con aquel que se aleje mínimamente de sus estrechos pensamientos morales y que solo cree en la religión supersticiosa y desprecia la ciencia, a los liberales y a Madrid. El pueblo es un gran personaje al que no le haría falta siquiera estar acompañado por un ser físico como doña Perfecta.
Galdós creía en la libertad y en la ciencia, en la tolerancia, en el pueblo luchador e inteligente. No lo despreciaba, lo retrataba. Así, el que quiera hacer de él un costumbrista decimonónico (la derecha adocenada) se equivocará, porque excepto haber nacido en el XIX, no tenía ese poso rancio que sí poseía un Valera o una Pardo Bazán.
Galdós era un observador que vivía libre y creía en la libertad. Obras como Doña Perfecta, Fortunata y Jacinta, sin contar, por supuesto, los Episodios Nacionales o El caballero encantado hubieran sido imposibles si así no fuera. Pero siempre habrá lecturas e interpretaciones y el conservador recalcitrante va a leer lo que quiera leer, como doña Perfecta en Orbajosa. Y no puede evitarse. Afortunadamente aún hay directores capaces de extraer la esencia del pensamiento galdosiano, como lo ha hecho Ernesto Caballero de modo excepcional en el montaje y la interpretación de sus personajes, tan actual en contenido el lenguaje y los textos que estremecen, tan emotivos que pareciera que Orbajosa no quedara tan lejos. Y no queda. Solo dos calles más allá del María Guerrero, tirando hacia la plaza de Alonso Martínez, está el centro tenebroso que nos oprime y no nos deja expresarnos.
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