martes, 25 de diciembre de 2012

Mi navidad

Pasadas las fiestas oficiales y dichas las palabras mágicas, este año más whatsappeadas que nunca, el vacío vuelve a instalarse durante unas horas, las que ocupa la tarde de Navidad. Mañana, de nuevo habrá algo que hacer: comprar la ropa para fin de año y pensar en la celebración del día 31. Los hay que aprovecharán para hacer la lista de Reyes o para encontrar esos regalillos del día 6. Hay objetivos consumistas y eso alivia.

Pero el vacío, el verdadero vacío para el ser eminentemente navideño, llega en enero, cuando los regalos se han dado y recibido, se ha bebido y comido en exceso y en consecuencia hablado más de lo debido y poco más hay que añadir. El derroche de días atrás, la excitación, las fiestas de empresa, los apretujones en el metro o el despliegue de lucecitas quedan muy lejos y pareciera que hubiera sido un sueño. Ahora hay que enfrentarse a la realidad, y a los muy navideños les jode.

Los que odiamos la navidad tenemos la ventaja de disfrutar de los momentos sin compromisos sociales y aprovechar los días festivos en soledad o realizando actividades que nada tienen que ver con excederse en ningún sentido y sí con ver a la familia sosegadamente. La búsqueda de la paz no está, en mi caso, en los centros comerciales, que alivian mi aturdimiento interior en momentos de crisis pero no me tranquilizan. Mi paz interior, tan deseada y protegida con esmero, viene del silencio, de la lectura, de una buena charla con alguien especial, de esas que te llevan horas de un lugar a otro y de ese al siguiente, y hacen que lo que empezó con un café y algo de picoteo termine en una copa en un nuevo bar con música estupenda. En fin, esos son mis más preciados momentos. La carrera mañanera en el Retiro, mis casi ya veinticinco kilómetros a la semana que hacen salir de mí todo lo malo y me obligan a sonreír a pesar del esfuerzo y del corazón desbocado. Nadar sin pensar en nada más que en respirar y soñar.

Mi navidad resulta este año amable a pesar de los dolores y sinsabores de la vida últimamente. Intento acabar de leer la novela de bolsillo que comencé hace días, de estimularme con un ensayo sobre la traducción que me tiene absorbida y de analizar más en profundidad las ideas de otro volumen sobre los buenos y los malos lectores. Mi inglés avanza despacio, pero avanza. La esperanza de encontrar este año esa felicidad que no da el dinero, crece. El sueño de ver por fin publicada la novela que costó tanto escribir y ahí sigue parada, esperando a ser leída por todos, no acaba de desvanecerse.

Y esa es mi navidad sin mayúsculas, sencilla y tranquila. Me esperan aún estos días muy buenos amigos y mejores momentos. Y muchas más hermosas palabras.

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