La encontré arrugada y tirada en un rincón, casi
irreconocible. La cogí e intenté ponérmela pero no encajaba ni era posible
moldearla para que lo hiciera. Empecé a desesperarme porque llegaba tarde y no
era plan después de tantos días sin aparecer por allí. Así pues, me la metí en
el bolsillo y decidí ponérmela al llegar o durante el camino.
La primera persona a la que reconocí en el andén fue a un
compañero de otra sección. No tuve que saludarlo pero me puso alerta, me fue
preparando para lo que me esperaba. En la estación del parque se subió un
ejecutivo con el que tuve que intercambiar un par de frases a mi pesar. Metí la
mano en el bolsillo y sentí la piel más suave, daba la sensación de que se iba
alisando e iban desapareciendo las arrugas.
Al salir del túnel a la luz ya fueron varios los rostros
conocidos. Me senté en un banco y la saqué con cuidado del bolsillo. Esta vez
sí encajó perfectamente en mi rostro y me dio el aspecto de persona cuerda y
responsable que necesitaba para mi primer día en la empresa tras unos días de
vacaciones en los que fui otra. Y me gustaba.
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