El caso americano me llena de alegría, como cuando en una de esas películas yanquis de catástrofes todo acaba bien y el país es salvado del mal, del malo malo, venga de donde venga, terrestre o extraterrestre. Con un poco de suerte, soñaba una de estas pasadas noches a punto de quedarme dormida, Obama, de algún modo misterioso se colará entre nuestros políticos de mentira y empezará a repartir a diestro y siniestro. Ay, qué pena que fuera un sueño. Pero eso tenemos, los sueños. En los sueños nadie puede meterse. Los burgueses no sueñan, ni los de Clarín ni los de Galdós lo hicieron nunca en las novelas porque eso los hacía libres. Ambos autores mostraron en sus más grandes obras esa carencia de sueños reales y figurados que caracteriza a estos políticos incautos que nos mangonean actualmente con las miras tan estrechas que no pueden ni soñar. Cuando alguien tiene un sueño hermoso es más fácil que pueda ser aceptado por todo un país. Cuando el sueño es justo y honesto, claro, no vale soñar que soy el que manda y se hace lo que yo quiero. Los sueños fabricados de emoción y de bondad se cumplirán en mayor o menor medida. Pero hay que trabajarlos, luchar, no se regalan los sueños, ya les gustaría a algunos.
Que un afroamericano haya llegado a ser presidente de Estados Unidos no es una casualidad. Pocos años lo separan de la esclavitud, de los separatismos, del racismo y la discriminación más terrible. Y sin embargo. (Este punto aquí es a propósito, se lo he robado a mi lectura más reciente, La historia del amor). Llegó, vio, se lo curró y venció. Un luchador, un peleón, un hombre que lo tuvo difícil pero que no se rindió. Confío más en quien tardó en llegar que en el que entró suavemente o por tradición en la política. Para las buenas personas, para los políticos de profesión es una ardua tarea dirigir un país, hacer felices a los demás, ser lo más justo posible.
En este país en el que vivo hay buenos políticos, pero no abundan, y pocos son comparables a los de otras naciones. El actual enfrentamiento entre el presidente de la Comunidad de Madrid y la alcaldesa deja al descubierto mentiras, afán de poder, conspiraciones, estrategias sucias y rastreras y en un segundo plano el bien de los ciudadanos. No es realmente importante que hayan muerto cuatro jóvenes en una sala de conciertos que no cumplía con las normas de seguridad, es más importante pasar la patata caliente. No se asumen errores, se evitan, se ocultan.
Entre muchas cosas malas, muchísimas, los políticos norteamericanos y anglosajones, sin embargo, acaban reconociendo errores y dimitiendo, y si no son ellos es el pueblo el que los aparta y los echa a un lado para dejar paso al siguiente. Aquí no, una y otra legislatura los de arriba apoyan al cretino, al cínico que los mantenga en su estatus mientras los de abajo no votan porque nadie les convence. Hacen bien (o quizá no). Y así podemos estar eternamente, con la malicia latina tapando al ladrón. Así somos y así nos va.
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