Ayer, una vez más, asistí a una orgía de la democracia que
no sé bien si me anima o me deja tan conmocionada que no me recupero. Y de nuevo, una vez
más, confirmé lo que llevo observando en los últimos años, y es que el
descontento ciudadano es enorme por mucho que el mafioso gobierno y sus
acólitos no quieran verlo y nos hagan callar a golpe de porra y prohibición.
Es evidente que este descontento se manifiesta (nunca mejor
dicho) en la calle y ya no en la huelga de los trabajadores porque la
precariedad laboral, el pánico a perder el empleo, la desprotección de los
sindicatos o su inexistencia en determinados sectores
–el mío, por ejemplo– hacen que la huelga no sea una opción
de protesta, o al menos no sea
representativa para medir el rechazo a la reforma laboral y al auge de la
privatización y de la desclasificación social. Por ello, donde ayer realmente
me emocioné fue arropada por los míos, los ciudadanos de mi país –esto sí es
patriotismo, sin necesidad de banderitas ni chulerías nacionales varias–, de los
que me siento muy orgullosa en momentos como este.
Gente de todas las edades y estratos sociales, la mayoría
humilde y de la mermada clase media nos encontramos juntos, bien pegados,
mirándonos, rozándonos, sonriéndonos, cantando, llorando, gritando, emocionándonos
por sentirnos unidos. La desprotección que ya nos dio el anterior gobierno del
Partido Popular de Aznar, ese frío y esa sensación gélida atroz de abandono y
menosprecio se vuelve a sentir en este nuevo gobierno de Rajoy, que es el
mismo, el del oprobio y la desvergüenza, el del cínico señorito, el del que echa
las culpas al gobierno anterior –como hiciera Aznar, por cierto–.
Por otro lado, creo que los sindicatos y algunos partidos de
izquierda tienen que empezar a dejar de usar una terminología del pasado. Es
importante saber llamar por su nombre a lo que nos sucede y a lo que somos y sentimos, porque nos identifica y nos acerca a
los demás y a lo que queremos reivindicar. Uno de los motivos del éxito del
movimiento de 15M fue precisamente la palabra indignado para definir al ciudadano
descontento. Sigamos por ahí, nombremos correctamente –actualmente– a las
cosas, no nos dejemos llevar por palabras, nos guste o no, del pasado. Queremos
que cambien la mentalidad caduca que solo incluye al funcionario o a sectores
que protegen a sus trabajadores y se acuerden un poco de los demás, del
oficinista medio de la empresa privada, atado de pies y manos, de los que no
podemos hacer huelga porque no es coherente con nuestra actual situación
laboral. Ayer también estuvimos en la calle. Al salir de trabajar.
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