Primera historia: Quince años
Intento acordarme
de qué hacía a los 15 años y cuántos placeres y disgustos tuve que vivir y
sortear. Me complace no poder recordar exactamente qué hacía el día que los
cumplí porque uno ese año con el anterior y quizá con el siguiente. Una
sucesión de dichas, en general, aunque rotas a menudo por la rigidez de mi padre.
No me vienen a la
mente enormes sobresaltos ni disgustos difíciles de olvidar, esos vendrían años
después. Y por lo que recuerdo, tardé en hacerme mayor, algo que ahora todos
los psicopedagogos recomiendan, alargar la edad infantil y la ilusión en los
niños. Seremos muchos años mayores, por qué adelantarlo. La inteligencia
emocional se disfruta más en un ambiente confiado y placentero, el que da la
infancia. El pensamiento cristiano de que hay que sufrir para aprender está
pasado de moda, afortunadamente.
Una niña de quince
años es acusada de provocar y disfrutar su propia violación, perpetrada por su
padrastro, en las Maldivas. La condenan por haber mantenido relaciones sexuales
consentidas antes del matrimonio y además su violador mata al bebé que nace
después del ataque. La condenan a 100 latigazos que puede recibir ahora, si lo
desea, y serán ineludibles en cuanto cumpla dieciocho años.
Esta es una historia
del siglo XXI que, aparte de una condena unánime por parte del mundo civilizado
no va a ir mucho más allá. Continuamos recibiendo estas espeluznantes noticias
y aún hay políticos (hombres) que cuestionan la violencia machista considerando
que la violencia es violencia a secas ejerza quien la ejerza sin contar desde
dónde y hacia quién.
Si bien esto es cierto (de Perogrullo, añadiría), hay que
detallar y profundizar en los hechos más perturbadores y en el abuso de los más
débiles, y denunciarlo de un modo especial, y más cuando hay unos Derechos
aprobados por las Naciones Unidas que igualan a los hombres y a las mujeres en
derechos y libertades.
No entiendo de
jueces ni de leyes. Lo justo, y nunca mejor dicho. Por eso no concibo que esto
pueda estar sucediendo en el mismo mundo en el que yo vivo. Sé que no debería
irme a un caso tan extremo. A diario, y en mi propio país, se cometen abusos y
crímenes contra mis compañeras y sin duda también hacia los hombres, sí. Pero
una mujer, un niño y un animal son seres más débiles físicamente ante un
hombre, y cuando de fuerza bruta se trata es difícil hablar de igualdad.
Tenemos otras cualidades mucho más importantes, no me preocupa no ser tan
fuerte como un hombre desde un punto de vista físico. Pero lo que no podemos
tolerar es que esa fuerza sirva para humillar y apalear al más débil. El 8 de
marzo y cada día previo y posterior es un paso más para avanzar en la igualdad
de género. Pongamos todos de nuestra parte y no digamos tonterías, hombre.
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