jueves, 7 de marzo de 2013

HISTORIAS DE MUJERES


Sexta historia: La maestra


“Eran unos treinta. Me miraban inexpresivos, callados. En primera fila estaban los pequeños, sentados en el suelo. Detrás, en bancos con pupitres, los medianos. Y al fondo, de pie, los mayores. Treinta niños entre seis y catorce años, indicaba la lista que había encontrado sobre la mesa. Escuela unitaria, mixta, así rezaba mi destino. Yo les sonreí. Soy la nueva maestra, dije…”.

Es Gabriela la que cuenta la historia, su historia como maestra, que comienza a principios de los años 20 en una España rural en la que llevar la cultura a los lugares más recónditos de la Península no era una tarea sencilla. Hubo mujeres, como la protagonista de esta novela de Josefina Aldecoa, Historia de una maestra, que dedicaron su vida a la enseñanza. A transmitir esos primeros conocimientos básicos, para muchos los únicos, que marcarían sus vidas para siempre.

Gabriela enseñará a leer a niños y niñas por igual. Cuando llega la guerra todo cambia y comienzan los verdaderos problemas de discriminación. La de sus alumnas, la de ella misma por su condición de mujer y a pesar de la profesión eminentemente femenina para la época. En el desarrollo de su trabajo, sin embargo habrá de enfrentarse, como la propia Aldecoa, a la ignorancia de muchos de los padres, demasiado preocupados por ganarse el pan como para comprender el valor de la enseñanza, y la intromisión constante de la Iglesia.

Nosotros ya no la llamábamos maestra sino profe o seño, que era más común en mi infancia. De algunas aprendí mucho, muchísimo, y nunca se me olvidarán. Mariló, en 4º de EGB, mi primer año en el colegio monjil dirigido por un cura al que fui entre los 9 y los 13 años, me enseñó a leer de verdad, no solo  pronunciando una palabra detrás de la otra, que evidentemente ya hacía cuando llegué a ella, sino a apreciar la literatura, el teatro. Los viernes por la tarde representábamos obras en el sótano del colegio, un lugar mágico y maravilloso al que se llegaba a través de una especie de pasadizo de madera. Era el mejor momento de la semana, interpretar personajes, aprendernos los papeles…

Las madres-maestras de la infancia nos lo enseñaron todo. El personaje de la novela de Aldecoa enseña a los pequeños a comer y a las madres a alimentarlos. En la España más profunda, la de la intrahistoria, se agolpaban cuerpos vivos y mentes dormidas a las que había que enseñar a vivir, a disfrutar de lo que veían sin ver.  Y fueron esas valientes y esforzadas mujeres las que, viviendo a veces en unas condiciones pésimas, asumieron el trabajo con energía e ilusión:

“Los niños avanzaban, vibraban, aprendían. Y yo me sentía enardecida con los resultados de ese aprendizaje que era al mismo tiempo el mío. Nunca he vuelto a  sentir con mayor intensidad el valor de lo que estaba haciendo”.


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