jueves, 1 de marzo de 2012

El placer sin sonido

No suelo estar pendiente de los Oscar de Hollywood, pero esta pasada edición me ha llenado de alegría. Los premios a The Artist llegan en un momento social delicado, a nivel mundial conmocionado por la crisis y la reinvención del capitalismo.

The Artist es la deliciosa expresión del cine a través del cine, antes del sonido. Es la demostración de la magia que encierra, aún sorprendente, que nos sigue conmoviendo como a niños.

Se cuenta, aunque no sé si será una invención, que una parte del público que asistió al estreno en una sala española exigió, al salir, que le devolvieran el dinero de la entrada, pues se sentían estafados, ya que no les habían advertido de que la película era muda. Lo más insólito es que parece ser que les devolvieron el importe.

No aprecié decepción en los rostros ni en las expresiones de los que, como yo, asistieron aquella tarde a la sesión en los Ideal. Tampoco, quizá, un reconocimiento unánime, un silencio significativo en la sala que reflejara la fascinación del público por lo que estaba viendo, ni excesivas risas excepto la muy sonora de mi compañera de butaca, que encontraba la gracia al mínimo gesto y no paraba de expresarlo ruidosamente.

Disfrutamos y nos reímos y hasta casi lloramos –al menos yo– y salimos del cine con la sensación de que la vida valía más la pena solo por haber podido presenciar algo tan hermoso como aquello. El blanco y negro, la historia, los actores, sus caras, sus voces imaginadas, la de ella mucho más aguda, la de él grave pero sin duda desenvuelta, el perrito silencioso siguiéndolos a los dos. Una delicia, un placer.

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