miércoles, 14 de marzo de 2012

El ocio del pringado

De los mileuristas nos habían contado casi todo. Empezando por el nombre, nos pareció ya gracioso, chusco, síntoma, sin embargo, de una crisis que excepto unos poquísimos nadie vaticinó tan grave. Nos reíamos, a la española, como método de defensa.

Los nimileuristas –menos afortunados incluso en el nombre– son los becarios eternos y somos todos, porque todos, en algún momento, lo hemos sido, pero no a esas edades, quizá. Los nimileuristas, a los que dedicaba un reportaje El País este domingo y de los que hablará a lo largo de varias semanas en una sección fija del diario, no son solo jóvenes. Muchos de más de cuarenta y de casi cincuenta están aceptando sueldos ínfimos, que es mejor que nada y que volverse loco en casa, mano sobre mano, cada día, sin saber qué hacer. Como dice una joven en el reportaje: “Trabajo como una directiva y cobro como una pringada”.

Las carreras, los máster, los cursos o doctorados daban cierto prestigio pero sobre todo se valoraban como parte importante de la formación del trabajador. Ahora ya no valen, ya no se pagan aunque ayudan a la inteligencia emocional, a trabajar mejor en grupo, a ser más tolerante, a redactar un correo electrónico en condiciones, a agilizar los tiempos porque la agilidad mental ayuda a resolver antes el trabajo, del tipo que sea.

Los intelectuales han quedado recluidos a los museos de la palabra, a ciertas tertulias que desconocen la mayoría, a algunas páginas de periódicos y revistas donde cada vez menos gente lee sus palabras porque cuando trabajas de sol a sol no tienes tiempo para lecturas ni realidades contadas desde la distancia que da el privilegio.

Todos vamos conociendo el ocio del pringado de un tiempo a esta parte, muy poco coincidimos ya con el del directivo. Ni medio cerca estamos, la piel amarillenta de la “boina” permanente, el rostro poco saludable del trabajo excesivo y de interior con poco aire fresco, como la vida últimamente. Ya no hay viajes más que al "pueblo" que tienen algunos, yo no, desde luego, y que los lleva a meterse en caravanas kilométricas en cuanto llega un puente para hacerse la ilusión de vivir en el campo, de vivir en un mundo distinto de la tortura cotidiana ruidosa e inmoral. Yo escribo, ya no viajo, y aunque se empeñan en en enviarte supuestos chollos de ofertas al correo electrónico, siguen siendo metas imposibles. O tienes la casa del pueblo, de la playa alicantina, o tu ocio es el del pringado al más puro estilo. Pipas y cerveza en una terracita rodeada de coches, el parque de El Retiro, majestuoso, para invitar al paseo dominguero de viejos, niños y pringados.

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