miércoles, 8 de febrero de 2012

La vida sin erratas

Me encanta resolver las dudas, corregir esos puntos y comas mal puestos o sobrantes, ausentes cuando deberían estar ahí.

Me gusta leer y descubrir el error, la errata, el fallo, pero también el acierto cuando no estoy trabajando, solo disfrutando con la lectura en mi tiempo libre.

Cuando tu trabajo es arreglar lo ya escrito, corregir, sustituir una frase por otra, es inevitable, sin embargo, que los ojos y el cerebro correctores sigan funcionando buscando el fallo durante el ocio porque la palabra te llama exigiendo un símbolo a su lado, echando a los que la rodean con fiereza.

Creo que en general soy una muy buena buscadora de fallos, de errores y defectos. De mí, de los que me rodean. Los pillo al vuelo pero también los añado o me fío demasiado de ellos para descartar posibilidades de reajuste, de acuerdo, de conciliación. Y quizá por las rupturas pasadas, los chascos, las decepciones sentimentales, emocionales, no lo doy ya todo pero sigo pidiendo demasiado. Tal vez.

No es posible una vida sin errores, tampoco sin erratas. El miedo a equivocarme me lleva a no vivir plenamente, a andar de puntillas con las emociones, y de puntillas no se puede andar eternamente, sin molestar, haciendo que no estás pero estando al fin y al cabo.

Aprender a entregarse y aprender a pedir con el defecto incluido, el mío y el ajeno, esa es la misión. Difícil de lograr, mas no imposible.

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