lunes, 11 de febrero de 2013

Mejor no mires

La llegada del invierno dio al traste con las mentiras que nos llevaban haciendo querer pasar como verdades desde hace tiempo. La navidad y el ocio barato nos ha ido distrayendo de lo verdaderamente importante. Pero llegados a este punto me pregunto si realmente no nos lo merecemos: como país, como grupo.

Escucho a mi alrededor –en los vestuarios del gimnasio, en el metro, en el trabajo– el hartazgo del ciudadano no ante la corrupción y las mentiras, sino ante las malas noticias. Tener que escuchar día tras día lo que está sucediendo le cabrea, pobrecito, y le resulta demasiado deprimente. Mejor no saber, tomarse una caña, ver el fútbol y atontarse así hasta el día siguiente. Y de esta manera día tras día, esperando no pasar a engrosar, el próximo mes, las listas del paro. Y es que para la mayoría de los españoles la realidad es demasiado ceniza y aburrida. Y repetitiva. Hablemos de cosas más alegres, piensa.

La solidaridad con el que lo está pasando mal es solo sentimiento de unos pocos. La mayoría esconde la cabeza tras su monitor en la oficina para que no se fijen mucho y él y poder salvar el culo una vez más. Las manifestaciones dejan de producirse. Los malos han ganado. Como en las pelis más crudas no hemos conseguido mantenernos en lucha. Hay demasiado por lo que reír, demasiado que querer olvidar, demasiado feo lo que ocurre alrededor como para hacer más que apenas un gesto de apoyo. Enseguida miramos para otro lado.


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