miércoles, 13 de febrero de 2013

El vuelo del arte

A los que hemos escrito por necesidad, para echar fuera los demonios e incluso el remordimiento, no nos resulta extraña la lectura de El arte de volar.

No es una novela gráfica reciente. Creo que ganó el Premio Nacional de Cómic en 2010. Sin embargo, yo la descubría hace muy poco. No quedé tan sorprendida durante la lectura como al finalizar, en el apartado de bocetos de Kim, que va acompañado de las breves aclaraciones de Altarriba de por qué surgió la idea y cómo la llevó a cabo.

En esas pocas páginas, de las más sinceras artísticamente que he leído en mi vida, se explica de manera clara y honesta el cúmulo de sensaciones del autor al morir su padre en circunstancias poco naturales y "correctas", por decirlo de algún modo. Después de varios años con depresión y otros tantos intentos de suicidio, logra por fin "volar" en la residencia de ancianos en la que vive, tirándose al vacío un día como otro cualquiera, probablemente idéntico al anterior.

Desde los excelentes dibujos de Kim a los casi poéticos, a veces, textos de Altarriba –ambos aspectos se compenetran de un modo mágico– vamos atravesando la historia de una vida atormentada por la miseria, la guerra, la injusticia, la dominación fascista y el dolor moral. Es una novela que trata de sueños e ideales y de frustraciones, como la vida misma. La simplificación de una vida en estas pocas pero intensas páginas es, quizá, lo que nos deja más perplejos. En un pequeño número de viñetas pasamos del amor al desamor, del deseo a la apatía, de la alegre emoción a la pena más profunda. El autor se siente obligado a narrar los hechos y lo hace en primera persona, asumiendo de este modo la identidad del padre, haciéndose el progenitor –convirtiéndose en él– para poder narrarse y así perdonarse de una vez y abandonar el sentimiento de culpa por su muerte. De este modo no solo comprenderá al padre, sino principalmente a sí mismo.

Las sensaciones del lector son tan variopintas como las del protagonista. Igual de cambiantes, como al final es la vida. La calma a la hora de acabar con todo de una vez y cómo prepara el salto al vacío que lo devolverá a la paz que ya ni recuerda cuándo tuvo ni si la alcanzó alguna vez, es de los aspectos más conmovedores del libro. Tenemos la sensación de estar de acuerdo y de comprender. Del mismo modo que el autor ha de hacerlo cuando todo ha terminado y solo le quedan las notas manuscritas del padre sobre toda una vida.

La novela gráfica o el cómic, como prefiramos llamar a la obra, no tiene nada que envidiar a la novela tradicional, a la narrativa. La belleza de El arte de volar reside en el tono y la construcción de sus textos –las reflexiones del protagonista– y en unas ilustraciones capaces de expresar la desolación de una España sucia, beligerante, caciquil e injusta. Recordemos para no olvidar, no para perdonar. No olvidemos, y le rendiremos, de este modo, el mejor homenaje a una generación vencida y humillada doblemente y que solo pudo refugiarse en la tristeza y la muerte.

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