martes, 1 de enero de 2013

¿Nacida para correr?


Comienzo a leer y me quedo fascinada en la introducción de Nacidos para correr:
"Una aventura épica que comenzó con una simple pregunta: ¿Por qué me duele el pie?
Aislados por las peligrosas Barrancas de Cobre en México, los apacibles indios Tarahumara han perfeccionado durante siglos la capacidad de correr cientos de millas sin descanso ni lesiones".

Y termina el autor la intro con el párrafo: "Esta increíble historia no solo despertará tu mente; además inspirará tu cuerpo cuando te des cuenta de que, de hecho, todos hemos nacido para correr".

Qué más puedo sentir hoy después de mi primera 10.000 junto a  una de las personas que más quiero en este mundo. Que la vida está hecha para correr. Y esto a pesar del dolor en los gemelos y en los tobillos. Soportable y excitante, la prueba física del esfuerzo, el descanso del guerrero merecido hoy 1 de enero de 2103.

La camiseta de la San Silvestre 2012 personalizada por Nike para mí.
Parece ser que Christopher McDougall descubrió que esta tímida tribu de indios que huía de la fama y la gloria por no comprender su sentido, se alimentaban de una planta, parte de su secreto, con unas propiedades casi mágicas, cargadas de una proteína única que les permitía correr lo que quisieran sin cansarse. Esto me lo cuenta mi hermano Nacho mientras corremos la San Silvestre a cuatro grados y un vientecillo helador. Apenas se siente el frío de la emoción y la carrera. Buen ritmo, constante, finalmente el total será de 6:00. ¡Es mi mejor marca si tenemos en cuenta las cuestas!

La salida es multitudinaria en la Avenida de Concha Espina, junto al Bernabéu, donde un Dj saca lo mejor de cada uno de los que estamos allí reunidos. Disfraces pero mucha camiseta naranja y más chicas que nunca. Mujeres atrevidas, nuevas, que quieren demostrar de lo que son capaces.

La salida se anuncia en una enorme pantalla con el 10-9-8-7... típico, al que precede la frase de "¡Comienza la cuenta atrás...!". Grito, beso a Nacho, empieza el reto. Me graba en vídeo (ha traído el smartphone) y yo saludo con algo de miedo y el estómago encogido. Subida de dos kilómetros casi sin enterarme. Nos adelantan pero Nacho me asegura: "Esos estarán clavados en el kilómetro 8, ya verás". Y así es. Pero sigo, para el 8 aún queda.

En el kilómetro 2 vamos cuesta abajo o llanitos. Solo se oye el ruido de las pisadas y las respiraciones. Poca fiesta, somos una masa concentrada, plas, plas, plas, plas. La ciudad está oscura. Empiezo a sentir el temido flato. La emoción del comienzo, el calentamiento desigual entre la masa... Se lo digo a Nacho. Me dice que se puede correr con flato, que lo olvide, que no le haga caso y desaparecerá. Así es. Me dice: "Expulsa el aire con fuerza tras respirar hondo". ¡Funciona! Lo alejo aunque no desaparece del todo.

Llegamos a la parte más pija de Serrano, justo antes de la Plaza del Descubrimiento, en Colón. Las luces navideñas no son muy bonitas pero alientan en esta tarde fría que parece hecha para correr y que ha llegado el fin del mundo. Piso el asfalto que siempre soñé pisar. Corro, corro, casi lloro de la emoción. Al llegar a la Puerta de Alcalá me siento imparable.

Nacho me graba en cada punto importante y en cada kilómetro. Saludo, sonrío a la cámara, voy cogiendo fuerzas. Bajamos Alcalá y nos recibe una Cibeles con los gritos del público, que saca sus manos para chocarlas con las nuestras. Gritos de ánimo, miradas de complicidad, aliento en especial a las chicas. Se me va alguna lagrimilla. Sigo, respiro hondo, soy feliz.

Comentamos Nacho y yo lo felices que nos sentimos cuando llegamos al Paseo del Prado y pasamos Neptuno. Llamamos a mamá desde el móvil. "¿Ya corristeis?", pregunta. "¡Mamá -grita Nacho-, que estamos corriendo!". La saludo esperando que me escuche. Nos vitorean de nuevo al llegar a Atocha. Un grupo de música tipo gospel de la escuela de música de mi hermano nos espera cantando para animarnos. Es bonito y especial, extraño entre la oscuridad de la ciudad.Ya estamos llegando a la estación. Se empieza a estrechar el espacio.

En Avenida Ciudad de Barcelona, dejamos mi casa a la derecha y los ánimos se van calentando. La gente grita como loca, Nacho grita "¡Vamos, ya huele a Vallecas!". Sigo, sigo, respiro, corro, se acerca la subida. Después del Puente de Vallecas la veo pero me voy a por ella, y como Nacho vaticinaba, los que nos adelantaron caminan o los adelantamos cómodamente. ¡Sí, soy una máquina! Constante en las subidas. Echo las fuerzas y las subo de puta madre.

Empiezo a estar cansada. Estamos en el kilómetro 7 y hay mucha presión. Las calles se estrechan y otros corredores empujan para apurar los tiempos. "¡Ahora -grita Nacho- intenta no caerte, es lo más importante!". Mucha presión, adelantamientos indebidos, empujones. La gente nos anima. Nunca había vivido algo así. Vallecas se ha echado a la calle. Un punto de música nos recibe en una curva, rock duro, duro. Seguimos, no quiero perder a Nacho. Faltan dos kilómetros para llegar a la meta y me da la sensación de que no podré, de que las fuerzas me abandonan.

El kilómetro 8 es terrorífico, me duelen las piernas pero sigo, sigo. No veo ni oigo. Una parte de los corredores sale por un lateral. Son los que han corrido sin dorsal. El resto seguimos. Veo luces, oigo gritos, veo la meta. Apenas 100 metros que parecen 10 kilómetros. Lo logré, estoy entrando, Nacho me graba. Nos abrazamos, entramos enlazados, fotografiamos el momento. Somos felices. Lo logré, y él estuvo conmigo.

"Podías haber sufrido un poco más, has sufrido poco", comenta mi hermano sonriendo. Conclusión de un corredor que sufre, que lleva ya casi veinte maratones y algunas lesiones. "Ibas sobrada". "Lo has hecho muy bien pero tienes que relajarte, piensa que has nacido para correr".

Respiro, sonrío, no puedo parar de sonreír. Pienso en el año próximo y en el siguiente reto: Bajar del 1:03.

Sigo sonriendo.

Me despierto en un primero de año cargado de nueva energía. Soy otra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario