viernes, 19 de octubre de 2012

Vendo principios


Me gusta visitar los mercados callejeros y husmear entre las cositas que se me ofrecen. Este verano, en Londres, donde son muy frecuentes, he disfrutado muchísimo. No se trata únicamente de comprar sino de observar la vida de multitud de objetos aparentemente sin sentido algunas veces, apelotonados en un trozo de tela aunque por separado tengan una historia y mucho que decir.

Imagino cada una de esas cosas con vida independiente. Su llegada a las casas, a los distintos lugares donde las acogieron por primera vez con ilusión. El momento de la venta, su grito interno, tal vez –un grito de cosa– al ser separada de otras cosas y del lugar al que llevaba acostumbrada durante años.

Hay personas más dadas a deshacerse de cachivaches, como las hay más acostumbradas a hacerlo de las personas y los lugares. Yo no soy de las que se deshace fácilmente de algo aunque últimamente, al igual que tanta gente, me ha dado por pensar en vender lo que ya no uso y está en buen estado. En el norte de Europa y en los países anglosajones es muy frecuente la venta de objetos a la puerta de las casas. Los domingos, por ejemplo, sacas al jardín lo que tienes para vender y te acomodas en una sillita esperando al comprador. El regateo, la posterior ida, el cambio de manos, el objeto en la bolsa… Es algo normal y no vergonzoso. Aquí no hay costumbre, y aunque empieza a hacerse cada vez más, sobre todo en las ciudades grandes, no acaba de gustar, no está bien visto para nuestra mentalidad provinciana de aparentar, para el orgullo hidalgo español rancio del pasado.

Hay personas capaces de venderlo todo, como se suele decir, hasta a su propia madre. Y entre ese todo se encuentran también los principios, esos que marcan pensamiento y conducta y que en épocas de bonanza parecían inamovibles. En los momentos de crisis hay ataques de egoísmo y renuncia masiva de principios y de estos sí se deshace uno sin vergüenza y sin ningún pudor, como si no quedara más remedio. Lo que amablemente se abrazaba y de lo que se presumía, el derroche de generosidad, la solidaridad, el no engañar ni mentir, se vuelve en contra y empiezan los trapicheos, los deslices y los cuernos. En todos los ámbitos, pero sobre todo en el político y social, estábamos de un lado y ahora estamos de otro. Nos acomodamos como podemos a la nueva situación, y entre una y otra postura, hasta que el cuerpo se encuentra a gusto, hay de todo y para todos.

Algunos exponen el oro y las joyas familiares. Otros, más modestos, se conforman con algunas prendas de segunda mano y unos zapatos que siempre les quedaron pequeños. Pero los hay también que ofertan sus principios para vendérselos por muy poco al mejor postor, y son estos los que creo que no merecen vivir en sociedad. Deberían estar confinados en el anonimato y la participación social de cualquier tipo, quedar relegados al olvido, permanecer señalados y marcados para siempre. Puedes robar en un momento de desesperación, golpear e incluso matar en un acceso de ira, pero vender en lo que uno cree me parece imperdonable. Quizá nos esperen mercadillos de principios dentro de poco, aunque no creo que tuvieran mucho éxito, ya hace tiempo que pasaron de moda.

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