¿Nos ha pasado a todos alguna vez o es cosa mía? ¿Eso de
sentir que no hay tiempo para todo lo que hay por hacer y por aprender?
Internet me brinda la oportunidad de oro de saber, y saber,
y saber… pero también me hace ser plenamente consciente de que no tengo tiempo
para abarcarlo todo, de que he de
seleccionar entre la variedad que se me ofrece. Tenerlo ahí, tan accesible, y
no poder tocarlo, hace que picotee aquí y allá, un zapping que me lleva de una página a otra, de un link a una
noticia, a una aplicación para el smartphone de noticias de la que solo rescato
los titulares y los termino de leer a duras penas, apremiada por la urgencia de
pasar a otra noticia. Me detengo en lo
que realmente pienso que puede merecer la pena, pero quizá a mitad de la
lectura me aburra y busque deseosa otra que me interese más.
Entre tanta oferta rescato lo que puedo pero a veces no
disfruto de lo que debería pensando en lo que estoy perdiéndome. Parecería
lógico desear, pues, menos donde elegir, y sin embargo lo necesito. Necesito
que me rodeen las opciones. Dejar una cosa, pasarme a otra, aprender tres
idiomas a un tiempo (no es cierto eso de que si no te centras en uno acabas no
aprendiendo bien ninguno, solo que aprendes más lentamente). Al menos con el picoteo me siento saciada, con la
elección de uno solo me falta algo.
Qué distinto con las personas, sin embargo.
Me encantan los amigos
elegidos, los que siento a menudo, los que me colman precisamente con la
repetición de sus gestos y de sus manías.
Qué grato es un amante que sabemos
cómo va a besar y dónde va a morder, de qué modo acariciará
nuestro pelo. Qué placentero aspirar su olor y sentirte como en casa.
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