miércoles, 18 de julio de 2012

Entre la novedad y la costumbre


¿Nos ha pasado a todos alguna vez o es cosa mía? ¿Eso de sentir que no hay tiempo para todo lo que hay por hacer y por aprender?

Internet me brinda la oportunidad de oro de saber, y saber, y saber… pero también me hace ser plenamente consciente de que no tengo tiempo para abarcarlo todo, de que he de seleccionar entre la variedad que se me ofrece. Tenerlo ahí, tan accesible, y no poder tocarlo, hace que picotee aquí y allá, un zapping que me lleva de una página a otra, de un link a una noticia, a una aplicación para el smartphone de noticias de la que solo rescato los titulares y los termino de leer a duras penas, apremiada por la urgencia de pasar a otra noticia. Me detengo en lo que realmente pienso que puede merecer la pena, pero quizá a mitad de la lectura me aburra y busque deseosa otra que me interese más.

Entre tanta oferta rescato lo que puedo pero a veces no disfruto de lo que debería pensando en lo que estoy perdiéndome. Parecería lógico desear, pues, menos donde elegir, y sin embargo lo necesito. Necesito que me rodeen las opciones. Dejar una cosa, pasarme a otra, aprender tres idiomas a un tiempo (no es cierto eso de que si no te centras en uno acabas no aprendiendo bien ninguno, solo que aprendes más lentamente). Al menos con el picoteo me siento saciada, con la elección de uno solo me falta algo.

Qué distinto con las personas, sin embargo. 

Me encantan los amigos elegidos, los que siento a menudo, los que me colman precisamente con la repetición de sus gestos y de sus manías. 

Qué grato es un amante que sabemos cómo va a besar y dónde va a morder, de qué modo acariciará nuestro pelo. Qué placentero aspirar su olor y sentirte como en casa.  

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