viernes, 6 de julio de 2012

London Fields, London Friends


Un momento veraniego es insólito porque sucede muy pocas veces al año. Solo tres meses, cuatro como muchísimo, de ese calor luminoso en el que las horas duran más de sesenta minutos.

Los momentos veraniegos son únicos como todo lo que sucede pocas veces. La repetición mata la novedad y la pasión, el placer nunca es el mismo cuando una y otra vez queremos hacer lo que nos emocionó un día concreto.

Mi momento veraniego favorito es el de la siesta. Con el mes de julio llega la jornada intensiva, que me lleva a casa de cabeza a echarme en el sofá rojo, donde me dejo arrullar por el sonido del ventilador grande.

El despertar me trae el deseo de dulce y la mala leche inevitables, pero al vivir sola no molesto a nadie. Voy descalza al baño, me mojo la cabeza e intento despertarme. En la cocina me recibe un calor sofocante pues el sol pega a esa hora en el ventanal. Abro el congelador y cojo un Yolado, este año toca esto, en otros ha habido Mini Magnum. Me lo como somnolienta con la tele muy baja y el salón en penumbra hasta que me despierto del todo. Y entonces aún queda toda la tarde por delante… Cuento las telarañas del techo, me pinto las uñas, juego a ver caras en los objetos cotidianos, y así, los dos tornillos paralelos de un enchufe son dos ojillos que me observan. Si salgo al balcón de mi cuarto miro las nubes y escucho los pájaros. El cielo suele ser en Madrid azul intenso en verano pero a veces hay bonitas nubes en las que imaginar hermosos rostros o criaturas amenazantes. Todo es cuestión de imaginación. Qué cantidad de cosas dependen de esta. La propia vida, los momentos veraniegos, no existirían sin imaginación. Si hay algo peor que el aburrimiento son las personas que dicen que se aburren, que no saben qué hacer con el tiempo libre deseado, las horas muertas… Se me ocurren tantos momentos veraniegos que aconsejarles…

Después del balcón o en vez de ese momento puede haber otro que este año estreno, y es el de las clases de natación durante el mes de julio, en las que bailo en el agua y me machaco con pesas de corcho con una profesora que no es la del resto del año y con compañeros de distintos grupos que no conozco. La novedad es que hago el ejercicio sin estar cansada, sin acabar de llegar agotada de un día de trabajo para meterme en agua helada a las nueve de la noche. Son las 7:30. A las nueve estaré en casa dispuesta a organizar una cena ligera para uno con velas encendidas mientras aún es de d o. Lastaón en las que hacemos en caer en la segunda plas encendidas mientars a. A las nueve estar cansada, sina cabar os rostroía, aunque desde que entramos en el solsticio de verano los días empiezan a ser más cortos.

Echo de menos tener compañía. Me gustaría llegar a casa y que me dieran un masaje y un besito en el cuello, comentar el día, darme una ducha abrazada a otro cuerpo, tocar otros pies con los dedos de los míos, despertarme al día siguiente con unos ojos hermosos dormidos a mi lado…

Soy capaz, gracias a la siesta también, de ponerme a leer un libro después de cenar sin caer dormida en la segunda página. Disfruto al Amis de London Fields entre futuras imágenes de un Londres que me espera expectante este verano junto a mi mejor amigo. Los momentos veraniegos tienen mucho de amor y compañía, no solo de onanismo siestero y de abandono, para eso hay muchas noches de invierno.


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