miércoles, 16 de abril de 2014

La Lisboa de Irons

Coger un tren nocturno a Lisboa es otra de las cosas que me anoto para mi lista de qué hacer antes de morir. Pero me da igual si es diurno o nocturno. Preferiría, en realidad, que fuera de día para poder ver el paisaje, que tiene que ser increíble. Fue una de mis opciones para esta Semana Santa, llegué incluso a ver la lista de precios, pero la cantidad de horas me frenó y la cantidad de cosas que hacer en estos días de relajación y descanso también. 

A Lisboa le debo una atención plena, un viaje intenso para absorberlo todo -de nuevo-, como en mi última visita hace ya dieciocho años. Lisboa me evoca amor y pasión y un momento de mi vida muy feliz. Como en la obra de Mercier, Tren nocturno a Lisboa, que no he leído pero cuya adaptación cinematográfica he visto esta noche extraña, medio vacío Madrid, hago mía la sensación de que volver a un lugar en el que se estuvo es volver a encontrarnos, o querer saber quiénes éramos entonces y quiénes somos ahora. Quizá por ello casi nunca repito lugares, ciudades ni geografías. Prefiero las novedades. Ser la nueva que soy en lugares que desconozco y que no me hagan rememorar lo que fui, yo, que antes adoraba la nostalgia y me recreaba en los años pasados. Todos cambiamos. También en estas cosas, pequeñas pero fundamentales.


La película no es excepcional, pero me ha abierto el apetito para leer el libro de Mercier, que publicó El Aleph hace ya algunos años. Imagino el tono y el estilo, y aunque la trama me parece atractiva, creo que flojea precisamente en la credibilidad y la profundidad de los personajes. De hecho, hasta que no lea el libro no sabré si el vacío que me provoca el personaje de Amadeus, al fin y al cabo el protagonista de las palabras que a todos enloquecen y envuelven y por las que un profesor de latín en Suiza abandona sus obligaciones y se sube a un tren que lo llevará a Lisboa, es el del personaje de Mercier.

Esas palabras que un narrador nos leerá a lo largo de la película son lo mejor. Porque ellas sí son inteligentes, sagaces, únicas y no sé si porque la acción transcurre en una de las ciudades que más amo, Lisboa, pero me lleva a las reflexiones únicas de Pessoa en su Libro del desasosiego, esa recopilación maravillosa de sí mismo que aún me debo tras perderlo en un préstamo que nunca debí hacer.

La película me ha provocado estas íntimas confesiones porque es una obra que lleva a la reflexión y a la expresión de uno mismo, a la búsqueda de un lenguaje y de una explicación. En esas reflexiones de otros, las del escritor Amadeu do Prado, de cuyo librito se extraen las citas del narrador cuya voz nos acompaña, me siento retratada quizá en este momento de la vida en el que uno mira hacia atrás y piensa "por qué elegí este camino y no aquel otro", "qué hubiera sido de mí si...". Y no me lo pregunto  con nostalgia, no, ni mucho menos, solo con la curiosidad que da el haber vivido ya una parte importante del camino.

Ved la película, da que pensar a los espíritus inquietos, y Jeremy Irons, a pesar de la edad, sigue siendo adorable y atractivo, quizá ahora más amigo que amante pero atractivo. Buen viaje.

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